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Mañana por la noche, después de cerca de 40 años de
carrera profesional, Lluís Llach dirá adiós a los escenarios.
Seguro que no lo deja para siempre. Llach pasa sus emociones por la música,
y así como otro cogería el lápiz y escribiría
un poema, Llach se sentará cada día al piano. La música
es su vida. Sencillamente, ahora dejará de hacer su trabajo.
Su preocupación por el momento de la retirada no es nueva. Hace ya
23 años escribió Amor particular. En la estrofa final, decía:
"Que passaran els anys i vindrà l'adéu, com així ha
de ser, i em pregunto si trobaré el gest correcte, si sabré
acostumar-me a la teva absència..."
¿Qué le pesaba tanto para que mirara tan lejos? Acerquémonos
a él: Llach compuso L'estaca con 20 años. Como un Charles Chaplin
de Tiempos modernos, se encontró por azar en la cabecera de manifestación:
cantaba canciones y la gente escuchaba himnos.
Ha conocido la censura, las prohibiciones, el exilio profesional y la enfermedad
grave. Ha tenido que entenderse con el éxito, ha llenado un Camp Nou,
ha vivido miles y miles de noches el trastorno emocional de darlo todo en
el escenario y hacer un bis, y otro y otro. Llach está a punto de
cumplir 59 años, pero ha vivido el doble.
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Pienso que si nos ha llegado tan lejos es porque, con una delicadísima
precisión, se ha atrevido a tocar el último tabú de
las sociedades de nuevos ricos: Llach ha hablado de la ternura. Qué
atrevimiento, cantar a la ternura en la época de los neofachas globales:
"És mentida que no hi ha esperança quan espera un món
sencer. És mentida que la mentida guanyi sempre la bona gent". Y así
hemos salido de sus conciertos, con las razones recargadas, llenos de dignidad
nacional.
Y, para terminar, una confesión. Los periodistas tenemos la suerte
de conocer de cerca a muchos famosos. Algunos te decepcionan. El Llach privado
que he conocido ha resultado ser tan rematadamente persona como usted se
lo imagina. Por eso, por su categoría artística, y porque el
país no va sobrado de referentes, lamento que lo deje. Pero creo que
ha encontrado el gesto correcto.
Antoni Bassas *
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